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sábado, 7 de diciembre de 2013

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PENOSOS RESULTADOS

Hace algún tiempo conversando con un colega que es uno de los principales activistas del Movimiento por una Educación Digna que tanto bregó por la vigencia de la ley que dispone dedicar el cuatro por ciento del PIB a la docencia, me confió que en el seno del mismo se había identificado la construcción de aulas como la mayor prioridad del sistema.

Discrepé.  Y discrepo.  Si bien el espacio físico debidamente acondicionado y dotado es de primerísima importancia para facilitar el proceso de enseñanza, insistí y reitero que no es el aula la que enseña sino el maestro.  Y sin desdeñar ni dejar de lado el programa de construcciones escolares, por delante y por encima debe primar la debida preparación de los docentes.

Hemos dicho en varias ocasiones que los responsables de los puestos de cola que obtenemos en las mediciones regionales que se realizan sobre el estado de la educación en los países del área no son los alumnos sino los profesores.  La ignorancia de aquellos no hace más que reflejar la incompetencia de estos.  La profesión de maestro que décadas atrás constituía una de las más importantes y respetadas en el seno de la sociedad, se ha ido degradando cada vez más.  Hoy gran parte del magisterio no lo es por vocación ni compromiso con la enseñanza, sino como una simple manera de ganar un salario que le permita subvenir a sus necesidades.

La misma ADP no pasa de ser tan solo un sindicato dedicado exclusivamente a presionar a las autoridades, de tanto en tanto,  a fin de lograr conquistas para sus afiliados apelando a la suspensión de la docencia por cualquier reclamo, sin la más mínima señal de preocupación por la preparación de sus miembros ni  la calidad de la docencia que imparten.

Ahora mismo durante la apertura del IV Congreso sobre Desafíos de la Educación en el Siglo XXI, el director ejecutivo del Instituto Dominicano de Evaluación e Investigación de la Calidad Educativa, Julio Valeirón, acaba de ofrecer unos datos estremecedores sobre el bajísimo nivel de preparación de quienes, valga la redundancia, están llamados a preparar en las aulas.

Según el funcionario, en el Estudio sobre Dominio de las Matemáticas por los docentes en el primer ciclo del Nivel Básico, solo el 1.18 por ciento obtuvo más de 90 puntos.  Cerca del 65 por ciento, escúchese bien 65 de cada 100, no llegaron al mínimo de 65 puntos que se requiere para la aprobación de la asignatura por parte de los estudiantes.  Esto es sobre lo que sabe, si se hiciese la prueba sobre lo que debiera saber posiblemente el puntaje sería mucho más bajo, afirma Valeirón.   Con  razón apunta lo que hemos afirmado en otras ocasiones y es que nadie puede enseñar lo que no sabe.

Más todavía.  Tenemos serias deficiencias de lectura. Frente a un setenta por ciento de estudiantes de América Latina y el Caribe que no saben leer, el porcentaje en nuestro caso llega al 95, de los cuales el 31 está en el nivel cero. Son prácticamente analfabetos funcionales.  Más preocupante aún: en un reciente estudio que llevó a cabo la Escuela de Pedagogía de la UASD, la mayoría de los alumnos que estudian para maestros presentaron un nivel de lectura de apenas sexto grado.  Que nadie se pregunte cómo obtuvieron sus respectivos títulos de bachilleres, es simplemente otra demostración de la forma en que navegamos en el campo de la enseñanza.  Hay que imaginarse por consiguiente, el grado de docencia en Lenguaje que podrán impartir en las aulas cuando salgan con su título de maestro bajo el brazo pero con tan profundas lagunas y serias deficiencias en su formación.

No nos cansaremos de insistir en lo mismo que afirma Valeirón: sin buenos maestros no puede haber buenos alumnos; sin maestros debidamente preparados, comprometidos con su papel no puede haber una educación de calidad.  Esto así por más aulas que se construyan y más recursos que destinemos a la enseñanza.  Más se aprende debajo de un techo de yaguas con un buen maestro, que con el aula más moderna y mejor equipada del mundo con un profesor que carezca de conocimientos.

Esto es de suma importancia.  El cuatro por ciento no puede limitarse a una simple decisión política para responder a un reclamo sin dudas legítimo.  Serán solo recursos dilapidados sin alcanzar lo que debe ser su meta fundamental: lograr una educación de calidad para lo cual hay que comenzar por disponer de maestros bien preparados.



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