Hace algún tiempo conversando con un colega que es uno de los
principales activistas del Movimiento por una Educación Digna que tanto bregó
por la vigencia de la ley que dispone dedicar el cuatro por ciento del PIB a la
docencia, me confió que en el seno del mismo se había identificado la
construcción de aulas como la mayor prioridad del sistema.
Discrepé. Y discrepo. Si bien el espacio físico debidamente
acondicionado y dotado es de primerísima importancia para facilitar el proceso
de enseñanza, insistí y reitero que no es el aula la que enseña sino el
maestro. Y sin desdeñar ni dejar de lado
el programa de construcciones escolares, por delante y por encima debe primar
la debida preparación de los docentes.
Hemos dicho en varias ocasiones que los responsables de los
puestos de cola que obtenemos en las mediciones regionales que se realizan
sobre el estado de la educación en los países del área no son los alumnos sino
los profesores. La ignorancia de
aquellos no hace más que reflejar la incompetencia de estos. La profesión de maestro que décadas atrás
constituía una de las más importantes y respetadas en el seno de la sociedad,
se ha ido degradando cada vez más. Hoy
gran parte del magisterio no lo es por vocación ni compromiso con la enseñanza,
sino como una simple manera de ganar un salario que le permita subvenir a
sus necesidades.
La misma ADP no pasa de ser tan solo un sindicato dedicado
exclusivamente a presionar a las autoridades, de tanto en tanto, a fin de lograr conquistas para sus afiliados apelando
a la suspensión de la docencia por cualquier reclamo, sin la más mínima señal
de preocupación por la preparación de sus miembros ni la calidad de la docencia que imparten.
Ahora mismo durante la apertura del IV Congreso sobre Desafíos de
la Educación en el Siglo XXI, el director ejecutivo del Instituto Dominicano de
Evaluación e Investigación de la Calidad Educativa, Julio Valeirón, acaba de
ofrecer unos datos estremecedores sobre el bajísimo nivel de preparación de
quienes, valga la redundancia, están llamados a preparar en las aulas.
Según el funcionario, en el Estudio sobre Dominio de las
Matemáticas por los docentes en el primer ciclo del Nivel Básico, solo el 1.18
por ciento obtuvo más de 90 puntos.
Cerca del 65 por ciento, escúchese bien 65 de cada 100, no llegaron al
mínimo de 65 puntos que se requiere para la aprobación de la asignatura por
parte de los estudiantes. Esto es sobre
lo que sabe, si se hiciese la prueba sobre lo que debiera saber posiblemente el
puntaje sería mucho más bajo, afirma Valeirón.
Con razón apunta lo que hemos
afirmado en otras ocasiones y es que nadie puede enseñar lo que no sabe.
Más todavía. Tenemos serias
deficiencias de lectura. Frente a un setenta por ciento de estudiantes de
América Latina y el Caribe que no saben leer, el porcentaje en nuestro caso
llega al 95, de los cuales el 31 está en el nivel cero. Son prácticamente
analfabetos funcionales. Más preocupante
aún: en un reciente estudio que llevó a cabo la Escuela de Pedagogía de la
UASD, la mayoría de los alumnos que estudian para maestros presentaron un nivel
de lectura de apenas sexto grado. Que
nadie se pregunte cómo obtuvieron sus respectivos títulos de bachilleres, es
simplemente otra demostración de la forma en que navegamos en el campo de la
enseñanza. Hay que imaginarse por
consiguiente, el grado de docencia en Lenguaje que podrán impartir en las aulas
cuando salgan con su título de maestro bajo el brazo pero con tan profundas
lagunas y serias deficiencias en su formación.
No nos cansaremos de insistir en lo mismo que afirma Valeirón: sin
buenos maestros no puede haber buenos alumnos; sin maestros debidamente
preparados, comprometidos con su papel no puede haber una educación de
calidad. Esto así por más aulas que se
construyan y más recursos que destinemos a la enseñanza. Más se aprende debajo de un techo de yaguas
con un buen maestro, que con el aula más moderna y mejor equipada del mundo con
un profesor que carezca de conocimientos.
Esto es de suma importancia.
El cuatro por ciento no puede limitarse a una simple decisión política
para responder a un reclamo sin dudas legítimo.
Serán solo recursos dilapidados sin alcanzar lo que debe ser su meta
fundamental: lograr una educación de calidad para lo cual hay que comenzar por
disponer de maestros bien preparados.
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