En la más reciente entrega del prestigioso semanario católico
“Camino”, el Arzobispo Metropolitano de Santiago, Ramón Benito de la Rosa y
Carpio recrea la tan manoseada y nunca concretada propuesta del Proyecto de
Nación.
Han sido diversas las ocasiones en que desde diferentes litorales
a lo largo de las últimas décadas, se ha planteado la necesidad de elaborar un
programa de común compromiso identificando las principales prioridades del
país, que cuente con el respaldo y el aporte de los distintos sectores de la
vida nacional.
Es una propuesta a la que hemos dado calor y sentido de
continuidad en cada ocasión en que se ha presentado, bajo el absoluto
convencimiento de que solo cuando logremos empujar todos en la misma dirección
es que podremos superar males que nos afectan también a todos, algunos de los
cuales son de muy añeja data. La crisis
eléctrica, por ejemplo, por citar solo un caso.
Lamentablemente el proyecto-nación o proyecto-país, como quiera llamársele, ha quedado encallado todos
estos años en simples buenas intenciones, noticia mediática que pronto es
desplazada de la actualidad y termina por esfumarse.
Lo que más se ha acercado a ese propósito es el Plan Estratégico
de Desarrollo Nacional para los próximos 20 años elaborado por la Secretaría,
hoy Ministerio de Economía, Planificación y Desarrollo en el cual un grupo de
técnicos laboró por largos meses bajo la supervisión de su titular, el
ingeniero Juan TemístoclesMontás. Este,
proyecto bajo el brazo, llevó a cabo un
largo peregrinaje que abarcó los partidos políticos y el sector privado buscando
acogida, consenso y apoyo para el mismo. Da la impresión de que que recibió
cortés atención más que verdadero respaldo.
La propuesta del prestigioso arzobispo de Santiago, si bien
resulta reiterativa aporta un elemento novedoso de gran importancia,
cuando habla de un Proyecto de Nación fundamentado en valores. Es un aspecto esencial que si mal no
recordamos fue obviado en las anteriores propuestas o al menos, contemplado desde una óptica muy
intrascendente.
Y valores, precisamente, valores, principios y normas éticas son a
nuestro juicio los más apremiantes requisitos para la formulación de un auténtico
proyecto de nación, que involucre tanto
los poderes públicos como todas las instituciones y clases que integran el
pleno de la sociedaden un compromiso de continuidad a despecho de cambios
políticos o cualquier otro tipo de eventualidad.
Porque por encima de los muchos problemas que nos agobian, el más
grave de todos es la profunda crisis moral en que nos estamos asfixiando, el abismo ético por el que nos hemos estado
deslizando en una caída cada vez más acelerada y fatal a la que es preciso
ponerle un freno urgente para lo cual el tiempo se nos va haciendo más corto de
día en día. Ese naufragio moral está
estrechamente relacionado con todos los principales males que nos agobian:
desde la corrupción rampante del brazo
de la creciente impunidad; la
proliferación del tráfico y consumo de droga y
el auge de la criminalidad; hasta
la extrema pobreza y exclusión social de gran parte de la población; los
privilegios y las injusticias; la crisis de la familia; la juventud sin
horizontes es esperanza.
De ahí que saludemos la propuesta del arzobispo metropolitano de
la Ciudad Corazón que aunque transite al parecer por caminos trillados con
anterioridad, podrá lucir la misma pero no es igual en la medida en que la
sustenta en valores y fuerzas morales que hoy por hoy, insistimos constituyen
nuestra más apremiante y cada vez más angustiosa prioridad como Estado y como
Sociedad
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